Dirigir como acto político

Dirigir como acto político

Abstract:

Este artículo analiza el papel de lo político en la función directiva y el rol que debe jugar en las Escuelas de Negocios el entendimiento de lo político de cara a una visión integral de la empresa. En ese sentido, se presentará la idea de que el ejercicio del poder es un asunto central de la acción directiva y cómo se entiende mejor desde una perspectiva política. De igual modo, se presentará un enfoque político de la planeación estratégica con elementos que se diferencian de los esquemas mecánicos y predecibles. En última instancia, se presentarán unas ideas breves que abordarán realidades del mundo de la empresa como el liderazgo directivo y la planeación estratégica desde la óptica política y como esta mirada amplia puede contribuir a un mejor desempeño empresarial.
Key words:

Poder, legitimidad, bien común, gobierno

La dirección de una empresa, y en términos generales, la dirección de una organización no puede hacerse prescindiendo de la política. Al decirse esto, se corre el riesgo de la malinterpretación. Este riesgo no es menor porque en el imaginario cuando se habla de política viene a la mente la imagen de intrigas, luchas y agendas ocultas. Este modo de ver las cosas se ha quedado con la idea de política de Maquiavelo. Al contrario, la política es una actividad noble y está al servicio del bien común como lo enseñó Aristóteles.

La política cuenta con unas actividades que le son propias: el ejercicio del poder y el gobierno y el bien común. Si leemos despacio, podemos caer en la cuenta que estas categorías políticas son realidades muy palpables en las empresas y las organizaciones.

El directivo es una persona que en la organización tiene la capacidad de influir en los empleados para que estos hagan cosas. A esto se le llama poder que además no es otra cosa que el logro de la obediencia y acatamiento. Cuando el directivo no lo logra se dice comúnmente que en esa organización la gente “hace lo que quiere” dando a entender que es caótica. Pues bien, el logro de ese acatamiento mediante el ejercicio del poder es un principio de orden, y el orden es un atributo político.

La efectividad en el ejercicio del poder, es decir, el logro del acatamiento, hacia el directivo es una tarea difícil porque involucra la libertad humana que, como se sabe, es impredecible y sobre todo es el reflejo de la persona con sus pensamientos, sentimientos y aspiraciones. La dificultad radica en que el querer de la persona depende de ella misma, como ejemplo, bastaría decir lo que pensaba Cervantes ante sus enemigos: “Me obligarán a pasar la noche en la cárcel; pero a dormir en ella nadie puede obligarme”.

Consecuencia de lo anterior, surge la pregunta: ¿Cómo lograr el acatamiento de los empleados hacia los directivos? Para responder, se pueden encontrar dos caminos: uno el fácil y otro el difícil. En primer lugar el camino fácil consiste en el ejercicio sin más del poder y la coacción que otorga la jerarquía en la empresa, lo que se conoce como el poder del jefe. Se hace y punto. En segundo lugar, el camino difícil tiene que ver con el proceso de logro de la legitimidad de quien dirige y gracias a esta aceptación, quienes son dirigidos actúan por su propio convencimiento y convicción. Estos dos caminos fueron ampliamente descritos por los antiguos bajo la distinción entre Potestas y Auctoritas.

A primera vista, dirigir desde la Potestas muestra resultados en el corto plazo, pero en el largo plazo tiene como consecuencia que, al obrar desde la coacción o el miedo, la persona pierde el interés, quedan heridas, se pierde la confianza y baja la moral de la persona respecto de su propio trabajo. En cambio, la dirección desde la Auctoritas expande las potencialidades de la persona, aumenta el querer de ella hacia la misión de la empresa y sobre todo, se compromete en su totalidad: cuerpo y alma.

La Auctoritas está precedida por la legitimidad del directivo, es decir, la aceptación que todos tienen de él y el merecimiento de estar en la posición que ocupa. Para lograr la legitimidad, cuya tarea es ardua, el directivo debe ser un reflejo interno para los demás, es decir, su integridad, normas internas de excelencia y liderazgo personal determinarán el acatamiento pleno de su autoridad. ¿Y cuando reconocemos que un directivo ha logrado la Auctoritas? En el momento en el que se logra, siguiendo a Pérez López, el elemento más “difícil y decisivo del poder: el llegar a ser innecesario para la consecución de resultados que, en un principio, tan sólo pudieron se alcanzados con la ayuda del poder”.

Otra dimensión en el ejercicio del poder la encontramos en los procesos de planeación estratégica que llevan a cabo las empresas. Una de las quejas más generalizadas de los empresarios y directivos es que este proceso es lento, desgastante y en muchas ocasiones se queda en el papel. Algunos estudios y la experiencia confirman que esta afirmación es cierta. Una manera de corregir esta situación consiste confiar más en las personas que en el instrumento, es decir, valorar más a los estrategas que el mismo plan. Esta afirmación requiere ser explicada con mayor detalle.

El problema de la planeación estratégica consiste en el esfuerzo vano de querer prever el futuro y ajustarlo a una planeación. Este es un propósito ingenuo y mecanicista de la realidad toda vez que las acciones de las personas son impredecibles y las empresas no funcionan como mecanismos cerrados con información perfecta de los clientes, el mercado y la sociedad. Por el contrario, la realidad es dinámica y como tal las acciones deben responder al entorno y circunstancias. Por tal razón, los directivos deben ser, primordialmente, estrategas cuya capacidad principal sea su habilidad política. Un buen gobernante, un buen político, hace una lectura de los acontecimientos y los hechos del entorno y sobre estos, toma las decisiones que mejor se adapten a las condiciones del momento.

De esta manera, la planeación estratégica deja de ser un empeño utópico de pronóstico de futuro o un plan rígido y estático para convertirse en un derrotero general que sirve de marco de referencia para tomar decisiones según oportunidades y capacidades de la propia organización. Estas idea nos lleva a reconocer que el proceso de dirigir se convierte en un acto político llamado gobierno cuyo contenido es más amplio porque involucra la totalidad: personas, circunstancias y el bien común. Por esto, una de las principales tareas de las Escuelas de Negocios es enseñar a gobernar, que etimológicamente significa llevar el timón del barco. Y en ese sentido, la labor del directivo es parecida a la del timonel quien debe llegar a puerto y a medida que navega rectifica, corrige y sigue su curso según las condiciones del mar y las circunstancias del tiempo.

Queda por resolver la pregunta sobre los problemas que se derivan en las empresas por la existencia de la política a su interior. Como vimos, quien es directivo tiene poder y el poder como expresión de la naturaleza humana es apetecido porque otorga reconocimiento y prestigio. Por eso, sería ingenuo creer que el ejercicio del poder no genera al interior de las organizaciones luchas y contiendas. Un directivo que reconoce su función política debe reconocer esta realidad y para ello, debe crear canales políticos para la mitigación y moderación institucional de estas luchas. A vuelo de pájaro, el gobierno colegiado, las reglas para la sucesión y promoción y la creación de un clima ético de confianza son los elementos básicos que contribuyen a la sana convivencia política de la organización empresarial. Cuando el directivo no reconoce esta realidad peca por ingenuo y miope.

Esta reflexión nos lleva a otra situación de impacto político que se le presenta a los directivos que consiste en no entender la realidad más profunda de la empresa que se refleja en el clima laboral. Esta situación obedece a la incapacidad de los directivos de reconocer que en cada empresa coexisten dos organizaciones paralelas que Chester I. Barnard, denominó como la empresa formal y la no formal. La formal es la cara conocida y que se expresa en documentos oficiales e información institucional. La no formal es la empresa profunda que se mueve por el conjunto de relaciones no formales, derivadas de las interacciones diarias donde afloran los intereses de las personas, las motivaciones, creencias, tradiciones, frustraciones, conflictos y heridas del pasado.

Una de las principales funciones políticas es la gestión de los hilos invisibles que mueven la empresa y con base en estas realidades se deben mitigar algunas situaciones e impulsar otras. Por eso, nada más peligroso que un directivo con ansias de generar cambios sin entender primero la empresa y sus dinámicas internas que aún desconoce, por el contrario, la recomendación es atender el consejo de Barnard quien decía que en una empresa, muchas veces “las cosas visibles se mueven por las invisibles.” Lo que no es fácil, porque esto para un directivo es como una caja negra porque se dirige más fácil desde los asuntos predecibles y técnicos no sujetos a la incertidumbre e imprevisibilidad de la naturaleza humana.

No reconocer la naturaleza política de la dirección de empresas es un error muy común derivado de la confianza excesiva en el saber técnico instrumental que ha proliferado en las facultades de administración de empresas y cuya pretensión es querer resolver la problemática de las empresas desde una matriz. Quienes han reconocido mejor la dirección de empresas como un acto político son los empresarios de primera generación cuyo saber ha estado más reposado por la experiencia, el error, el entendimiento de la naturaleza humana y la mirada desapasionada de la realidad.

En este sentido, debemos aprender a no mirar con desprecio el “saber político” y por el contrario, ver en las destrezas políticas un elemento crucial para el éxito de la organización.

Bibliografía

Andrews, K. R. (1977), El Concepto de la Estrategia de Empresa, EUNSA, Pamplona.

Barnard, C. (1959), Las Funciones de los Elementos Dirigentes, Instituto de Estudios Políticos, Madrid.

Pérez López, J.A. (1990), “El Poder…para qué?”, Cuadernos Empresa y Humanismo, N° 29, Universidad de Navarra, Pamplona.